Desde
tu tierna edad, cuando llorabas desconsolado por no querer entrar en
aquel lugar,
ellos
ya te sentían cerca, vibrando, impacientes, y te invitaron a pasar.
Cuando
intentabas comunicarte con tu media lengua inventándote vocablos,
ellos
ya te entendían, siendo licenciados en tu extenso vocabulario.
Aprendiste
palabras, números, canciones y versos,
te
mostraron el valor de los abrazos y besos.
Te
enseñaron a sumar, restar, multiplicar, dividir,
te
inculcaron el ponerlo en práctica y el compartir.
Te
riñeron y castigaron cuando hiciste algo mal,
te
guiaron en el camino, el más directo hacia la libertad.
Rieron
con tus ocurrencias, lloraron con tus lamentos, se metieron en líos
por ti,
su
única recompensa fue el verte sonreir.
A
veces son tu agenda, tu bolígrafo y tu carpeta,
otras
son tus guantes, tu paraguas y también tu maleta.
Hay
días en los que te lamentas por verlos a diario,
y
otros días en que no los ves, son capaces de darle la vuelta a tu
calendario.
Su
imaginación y creatividad alcanza límites inimaginables,
a
veces haciendo piruetas sobre piedras poco amigables.
Los
alumnos son hojas que flotan sin rumbo,
perdidos
en un abismo entre continentes profundos.
Los
maestros son el viento fijados en la veleta,
que
los llevan y conducen, empujándoles hacia la meta.
Educadores
de buenos deseos, de incertidumbres y miedos,
que
buscan la suerte luchando y no cruzando los dedos.
Buscadores
de la paz, firmes como un baluarte de ilusiones compartidas,
en
los que renace la idea de sentir y converger, como unidad de medida.
Porque
la educación prohíbe detestar y abusar, herir y negativizar,
pero
obliga a mantear, acunar y renacer sueños improbables pero no
imposibles.
Por
eso hoy, maestros de sueños, defensores de lo inhumano, discípulos
de la moralidad y creadores de futuros profesionales,
por
creer en los alumnos como medio de salvación de este exorbitante
mundo... Muchas Felicidades.