miércoles, 29 de julio de 2015

La playa

El le contoneaba todos los días y a todas horas , pero ella perdía su mirada en otras distracciones que encontraba a su alrededor.
El hacia mil cosas para llamar su atención. Inventaba piruetas para sobrevolar sus ojos, pintaba corazones en su puerta con la espuma que le salia de entre los dientes al sonreír, y hasta le susurraba poesías al oído. Y ella seguía a lo suyo, ignorando lo evidente, rechazando los detalles.
No le regalaba flores, pero le traía a sus mejores vientos, poniente y levante, para hacerla volar en lo mas alto, entre sus alas.
El le arrastraba las mejores perlas a sus pies para que siempre se sintiera bella y joven. Le obsequiaba con sus mejores conchas y caracolas, que escondían profundos secretos abismales. Y ella los cogía con rapidez, sin levantar la mirada, y se los guardaba en su interior.
El tenia barcos de ensueño, y vistas de un horizonte infinito. Ella poseía castillos que aguardaban historias de damas y caballeros andantes.
En ella se afloraba la esencia de la infancia, veía los primeros pasos de los niños al caminar y sus primeras caídas. El por su parte era testigo de amores de verano, y besos pasajeros con sabor a sal.
El era sigiloso y pasional, ella era misteriosa y muy carismática. El todo el rato la quería besar, y ella se resistía echándose para atrás, arrastrando con ella sombrillas, toallas, sillas y juguetes, para que no quedase ningún rastro de lo acontecido.
Ella no era del todo feliz, y el no estaba completo porque le faltaba ella.
Cuando ella estaba sola se notaba insatisfecha y sacaba sus peores acciones, provocando tormentas de arena y levantando fuertes humaredas. El por su parte subía y bajaba la marea cuando le venia en gana, como si así pudiese disimular su tristeza y soledad.
Pero una madrugada mientras dormían, casi sin darse cuenta ambos se acercaron, muy poco a poco y cada vez más cerca, y se fundieron en la pasión tan deseada por él y de la que ella quedó prendada.
Por un momento ambos recuperaron las más vitales energías, compactaron con fuerza sus mejores deseos e intercambiaron sonrisas y latidos palpitantes e incandescentes.
Sacaron a pasear su mejor Yo para entregárselo el uno al otro. Entonces sintieron algo que nunca antes habían experimentado, algo tan fuerte que es difícil de explicar, y es que ya no eran dos entes independientes, eran uno solo, y se sentían más libres.
A la mañana siguiente todo era distinto. Compartieron momentos, pertenencias y antojos, sonrisas y lamentos, veranos y otoños. Intercambiaron sabiduría plasmada en leyendas ancestrales. Relataron vivencias y recuerdos que todavía hoy perduran, protagonizados por todos los que pisan ese lugar.
Dicen que nunca la luna brillará más como lo hizo aquella noche, nunca más las estrellas relucirán con tanto ímpetu, ni nunca nadie podrá revivir el momento que allí sucedió. Sin embargo, con carácter rutinario, cuentan que el le sigue regalando a ella sus más preciados atardeceres, sobre barcas pesqueras y acantilados galopantes.
Y es que de aquella noche imprevista, de aquellos sentimientos sin avisar, nació un legado. Ella, la orilla, y El, el mar, formaron "La Playa", un lugar para bendecir, acunar, iluminar.... Y soñar.